Por siglos, la masturbación femenina fue confinada al mundo de lo prohibido. Perseguida por la iglesia judeocristiana como un acto “contra natura” (el único acto sexual válido era el coito para la procreación), se le atribuyó una abultada lista de enfermedades y padecimientos. Según las creencias de entonces, masturbarse provocaba idiotez, ceguera, complicaciones en tareas sencillas, apego al pasado remoto, inestabilidad emocional, falta de lucidez mental, trastornos vinculares, tránsito lento, dificultades para relacionarse con el entorno, autoestima subterránea,... En la actualidad, se está estudiando si la masturbación en las lesbianas puede reflotar alguna de estas creencias ya erradicadas.